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Hacia un mayor entendimiento de la brecha de género en la inclusión y la vulnerabilidad financieras

La pandemia de COVID-19 ha impactado económica y financieramente a las mujeres más que a los hombres. Hoy, más que nunca, resulta primordial medir estas brechas y entender sus determinantes, e incluir estos insumos en las agendas de política pública.
Mujeres y niños caminando. Foto: Curt Carnemark, Banco Mundial 2008.

La existencia de brechas de género en los ámbitos económico y financiero es una situación que se observa tanto en países desarrollados como en desarrollo. La falta de oportunidades laborales, salariales y educativas, y la menor o nula participación de las mujeres en los mercados financieros formales, son problemáticas aún más acentuadas en las economías en desarrollo y emergentes. A pesar de los esfuerzos y los avances logrados, los datos muestran como las mujeres siguen siendo uno de los segmentos, junto las poblaciones rurales y los de menores ingresos -a las cuales muchas mujeres pertenecen-, que presentan los menores niveles de inclusión financiera y de mayor vulnerabilidad financiera.

La evidencia actual está demostrando que la pandemia de COVID-19 ha impactado económica y financieramente a las mujeres más que a los hombres, tanto en los países en desarrollo y como en los desarrollados. Por ello, el estudio y la medición de la brecha de género en la vulnerabilidad financiera, así como sus determinantes comienzan a ser parte primordial las agendas de hacedores y académicos. Estos estudios muestran como uno de los elementos que parece ser clave para mantener una mayor resiliencia y salud financiera es el uso apropiado y oportuno de productos financieros, en especial de ahorro. Por ello, el promover la inclusión financiera de calidad se convierte en un insumo fundamental para la salud y la menor vulnerabilidad financiera de las mujeres, más aún en el contexto actual.

¿Qué determina la exclusión financiera de las mujeres y, por ende, su mayor vulnerabilidad financiera?

La literatura académica y el trabajo de hacedores de política han aportado luz al debate sobre las principales barreras que afectan a la inclusión financiera de las mujeres, las cuales son distintas o más severas para las mujeres que para los hombres (Aterido y otros, 2013; Demirgüç-Kunt y otros, 2013; Zins y Weill, 2016; Delechat y otros, 2018). En primer lugar, las barreras de oferta son las ligadas a los costes de la intermediación financiera per se, y se traducen en barreras de accesibilidad física y económica, y de elegibilidad. En cuanto a la accesibilidad física, además de los costes de traslado y de tiempo a un punto de acceso financiero, en el caso de las mujeres se suman la inseguridad en la calle, y las restricciones e incluso prohibiciones de movilidad e interacción social fuera del hogar. Del lado de la accesibilidad económica, la falta de autonomía en el manejo de sus ingresos y gastos, la falta de poder de decisión en cuestiones económicas y financieras, y las menores oportunidades laborales y salariales -donde prevalecen la informalidad laboral o tareas domésticas no remuneradas- hacen menos viable económicamente que las mujeres puedan adquirir un producto financiero, en especial aquellas con menores ingresos. En cuanto a elegibilidad, hay varios estudios que muestran como las mujeres tienen: una mayor dificultad para conseguir una identificación oficial, sufren discriminación directa/indirecta en la institución financiera, no tienen colaterales o no los pueden utilizar como tal aunque los tengan (no tienen derecho a tener una cuenta, a poseer activos financieros, casas, activos reales, terrenos a su nombre), en muchos casos necesitan el permiso o firma del esposo para acceder a un producto financiero, y el historial crediticio del esposo a veces les perjudica a la hora de solicitar un producto financiero, entre otros.

“Promover la inclusión financiera de calidad se convierte en un insumo fundamental para la salud y la menor vulnerabilidad financiera de las mujeres, más aún en el contexto actual”.

Aunado a estas barreras de la oferta, varios estudios han mostrado como la exclusión financiera está correlacionada con barreras estructurales y normativas del país o marco local, asociadas con el contexto económico (en especial, las relacionadas con el sistema fiscal y laboral); la falta de derechos, leyes y normatividad de género (como por ejemplo, la falta de derecho a elegir donde vivir, falta derechos de herencia por viudedad o herencia de los padres, derecho a voto); y razones culturales, religiosas y sociales, por citar solo algunas.

¿Qué rasgos de personalidad y sesgos cognitivos son propios (o no) de las mujeres y afectan a sus decisiones financieras?

Diferentes estudios muestran cómo las mujeres tienen características individuales y sesgos cognitivos propios que determinan que sus comportamientos, hábitos y decisiones financieras sean diferentes a las de los hombres, y den lugar a barreras de demanda propias en la inclusión financiera (Schubert y otros, 1999; Ashraf y otros, 2010; Shah y otros, 2010; Koch y otros, 2015; Hasler y otros, 2018; Arellano y otros, 2018; Bustelo y Vezza, 2019; Di Giannatale y Roa, 2019). Algunos de ellos son los siguientes:

  • Mayor tendencia a gastar en el presente y sesgo de autocontrol. En muchas situaciones, este comportamiento se observa en mujeres de muy bajos ingresos, y se defiende que esa inmediatez por gastar se debe más bien al sesgo de visión túnel o mayor atención a lo inmediato, como es cubrir las necesidades básicas del día a día, que a la falta de autocontrol en el gasto.
  • Mayor aversión al riesgo y menor participación en mercados financieros sofisticados o inversiones; aunque ciertas discusiones apuntan a que realmente es una mayor consciencia del riesgo.
  • Mayores demandas financieras de familiares y conocidos, lo que les impide ahorrar, el denominado sesgo de control de otros.
  • Menores conocimientos y confianza en asuntos financieros. Esta brecha disminuye cuando las mujeres toman decisiones financieras en el hogar.
  • Menor confianza y disposición para adquirir y usar medios financieros digitales.
  • Menor disposición a negociar, actitudes menos competitivas y más sensibilidad al contexto social, etc.

Los distintos trabajos señalan que, si no se tienen en cuenta estos sesgos o características propias de la mujer en el desarrollo de productos y canales financieros, así como en los programas de educación financiera, las intervenciones para reducir la brecha de género en la inclusión y la vulnerabilidad financiera podrían no lograr los resultados esperados. Cabe notar, no obstante, que estos sesgos y diferencias son resultado de estudios locales en su mayor parte, por lo que no se deben generalizar ni dar por sentado.

El camino hacia adelante en la inclusión financiera de las mujeres

Basado en todo lo anterior, se concluye y enfatiza la necesidad de mantener un enfoque multidimensional en la conceptualización y medición de los determinantes y barreras a la inclusión financiera de la brecha de género, para el diseño de productos y servicios financieros adecuados y oportunos, y programas de educación financiera dirigidos a las mujeres, que fomenten su resiliencia y salud financiera. Se destaca además la necesidad de transversalizar estos programas con otras políticas sociales ligadas a brechas de género en los mercados laborales y en la educación, entre otros. Es necesario sin duda seguir realizando estudios e investigaciones, para seguir profundizando en el entendimiento de las brechas de género, así como el desarrollo de instrumentos de medición de las mismas. Y, es fundamental que América Latina participe en esta discusión y estudios, como ya empiezan a hacer algunos trabajos (Cárdenas y otros, 2020)

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